lunes, 14 de febrero de 2011

PICASSO Azul y Rosa





PICASSO  Azul y Rosa.
Joven moreno, de pequeña estatura, de mirada brillante, que un día de octubre de 1900 llegaba por primera vez a París,  vistiendo una gruesa capa, es Pablo  Ruiz. Venía de Barcelona y tenía diecinueve años. Había de permanecer dos meses en la capital. En tan poco tiempo, sin embargo, pudo ver a  muchas personas y cosas. En el taller  de uno de sus compatriotas, situado en Montmartre, pintó varias telas, especialmente” El arlequín y su compañera”, que anunciaba ya, por el tema y la composición, la serie de obras que había de caracterizarse más tarde por medio de dos vocablos: Período Azul.










   Picasso, estuvo de nuevo en París desde mayo de 1091 a enero de 1902, asombrando a sus colegas y a los críticos franceses  por la abundancia de sus dotes, su precoz virtuosismo, su ardor en el trabajo.  Imaginen es un pintor que no tiene aún veinte años. –como reseñó un cronista- y ejecuta tres obras diarias. Ambrosio Vollard acababa de  exponer setenta y cinco cuadros de ese joven (24 de junio de 1901). El mismo año,  éste ejecuta una serie de retratos azules: el suyo, el de Gustave Coquiot, el de Jaime Sabartés, su amigo inseparable, que es representado pensativo ante un vaso de cerveza; después, algunas  Maternidades, El niño del pichón, La toilette, donde se ve una frágil silueta de mujer, de pie en una tina, en el pobre estudio que el artista ocupaba entonces en el bulevar Clichy, un Arlequín famélico, reclinado sobre el velador de un café y, en una postura casi idéntica.












   En 1092, Picasso pinta dos Mujeres en el bar, fascinadas por el vaso de alcohol que les promete un efímero olvido; la Mujer sentada, cruzando los delgados brazos sobre el vientre vacío, La planchadora, el Desnudo visto de espaldas y tantas otras imágenes de la miseria y el dolor, la mayoría ejecutadas en Barcelona, donde el artista permanece diez meses. En octubre de 1902 está  en París, padeciendo de frio y soledad. Huye del invierno y retorna a Barcelona. Trabaja con encarnizamiento, pero en estado de sombría melancolía. De este período proceden la Celestina, el Viejo judío, los Pobres a la orilla del mar, el Abrazo, y la alegoría de la Vida.







Picasso en abril de 1904, se encuentra de regreso en París, definitivamente esta vez. Se instala en la plaza de Ravignan, en la barraca que el poeta Max Jacob bautizaría  “Bateau Lavoir”. Donde Picasso pintó La mujer de la corneja y Dos hermanas, obras famosas hoy día por ser las últimas y más típicas de la manera azul. La evidencia nos responde. Ese color es, en efecto, el predominante en todos esos cuadros. En algunos, incluso –como en las Dos hermanas- no hay otro. Azul, sólo Azul. Pero ¿por qué lo empleó sistemáticamente? Ninguna respuesta se ha dado. Observemos que a lo largo de toda su carrera, cuando busca intensidad de expresión, cuando eleva lo patético a su más alto acento, Picasso sólo recurre a una gama muy restringida de matices, si no a la simple monocromía- El taller de la modista, en 1926; Guernica, en 1937-, por otra parte, hay que admitir que ningún color como el azul y particularmente ese azul lunar y lívido, convenía a Picasso a los sentimientos que le atormentaban entonces.
El azul no es el único carácter común en las pinturas de esa época. Una línea dura, angulosa, estirada, formas exageradamente alargadas y adelgazadas –las manos de largos dedos del Retrato de Jaime Sabartés y de La mujer de la corneja; los brazos y piernas demasiado delgados de las Dos hermanas-, y esos rostros demacrados, esos cuerpos flacos y exangües, esos miembros decaídos, esas actitudes dolientemente doblegadas, que ofrecen, en medio de un pálido alumbrado, otras tantas desoladas imágenes de la vida. Es un mundo de enfermos, mendigos, desheredados, lastimosos y resignados, de seres que soportan una fatalidad implacable, por medio de los cuales el artista expresa su angustia, su hastío de la voluptuosidad, su interés hacia el ser humano, interés que le lleva a la exclusividad y a eliminar los objetos exteriores al hombre: paisajes, flores, frutos… sus temas preferidos, esos ejemplares de una humanidad decaída, esos reflejos de los bajos fondos, ¿de dónde los ha extraído, sino de la tradición de su patria, de la antecámara de la muerte, a donde tantos pintores españoles aportaron sus fúnebres ofrendas antes que él?.

Es fácil discernir su inspiración, difícil resulta, en cambio, distinguir las influencias artísticas que formaron su estilo: las de El Grecco; las de los satíricos de Montmartre, Lautrec, Steinlen, Bottini; las de los simbolistas Gaugui, y Sérusier… ¿ y cuántos otros? Pero por determinantes que fuesen, lejos de ahogar su personalidad y su energía, estimularon poderosamente su voluntad de conquista que, desde sus veinte años hasta su muerte, ha sido su pasión bajo la inconstancia de sus humor y sus múltiples, diversas y contradictorias tentativas.
   Después de tanta amargura, rencor y tensión, se comprende que Picasso experimentara la necesidad de calmarse y sosegar su sensibilidad. Esa complacencia lúgubre por la tristeza, la miseria, la injusticia de la condición humana , se substituye, a fines de 1904, el manierismo elegante de la época Rosa. No se trata de que el pintor del Viejo Guitarrista se haya decidido, de pronto, a ver la vida de color rosa, como popularmente se dice, por más que comience a descubrir en ella algún encanto, alguna dulzura, sino simplemente de que el color rosa es el dominante en los cuadros que pinta en esa etapa. Si la mirada no percibe más que un matiz sonrosado en ciertas obras, esa tonalidad, se unirá al azul, para atenuar su severidad, tanto en el  Joven de la gorguera y los Caballos bañándose, como en La familia de Arlequín.
Las doloridas madres, los mendigos, ciegos, los niños enclenques, los vagabundos hambrientos del período azul se desvanecen ante los arlequines, los acróbatas, los actores ambulantes, los cuales expresan menos el sufrimiento y el drama que el desencanto, la esperanza aportada por el ensueño, la evasión prometida por la aventura eterna. La elección de los temas acusa a la vez una evolución moral y nuevas preocupaciones plásticas. El rosa, que Goethe agregó a los siete colores fundamentales del espectro y que los gnósticos consideraban como el símbolo de la resurrección, da al colorido de Picasso una armonía y un sabor imprevistos. El dibujo, más flexible, menos caricatural, más clásico; el volumen apenas sugerido, la composición más rica y elaborada: es un universo sin peso, fugaz, irreal, es el abandono del humanitarismo apenado del período azul, y corresponde, en fin, a una visión más objetiva y optimista de la realidad. Examinen por ejemplo, esa Madre con su hijo: qué delicadeza en el gesto acariciador de la madre que se inclina sobre el recién nacido junto a su seno. Y cuánta gracia juvenil emanan de la Muchacha de la canasta y el joven de la gorguera, pintados a semanas de distancia y, sin embargo, reunidos, confundidos en la indiferencia de los sexos, en la misma elegancia del grafismo, en la misma luz ligera aterciopelada.
En torno a esos personajes, ambiguos, de una seducción acaso demasiado exquisita, ronda todavía la inquietud, esa incurable inquietud subsistirá, cuando el ensueño, que había traído acróbatas y titiriteros, se los haya quitado. Pues ese momento de calma, de amable fantasía, y también de esperanzas equívocas, no pasará del verano de 1906; interludio sin duda explicable por la agitación y la incertidumbre de la juventud (todavía no llegaba a los veinticinco años de edad), edad en que nada es estable ni decidido. De un lado, el temor, los tormentos, la angustia del hombre en soledad; de otro lado, la necesidad de cariño, de consuelo, la integridad cediendo a las molicies del siglo. Pero tan pronto como su pasión se aplique a algo, cuando haya adquirido conciencia de sus tendencias profundas y de sus más altas ambiciones, desde el instante en que haya advertido en la lección de Cézanne el camino que buscaba oscuramente y que le conducirá al cubismo, Picasso renunciará a las anteriores formas, a las ficciones naturalistas, a los trucos de oficio, que era capaz de usar.













Periódo azul, período Rosa. Con ellos se impuso a una sociedad sorprendida el artista que le era más ajeno. Descubrieron esas dotes, esas impaciencias, esos desafíos que iban a multiplicarse y llenar toda una época, a desconcertarla y fascinarla. Años, que en su larga y fecunda carrera, no serán los que más cuentan para la gloria de Picasso, pero que admiramos todavía con amistad y predilección.

lunes, 7 de febrero de 2011

Dibujando con el lado derecho del cerebro

"La capacidad de un individuo para el dibujo está controlada por la facilidad para cambiar a un modo diferente de procesar información visual: pasar del proceso analítico y verbal (el Modo I) a un proceso espacial y global (el Modo D).
Utilizando funciones del hemisferio derecho del cerebro, se aprende a dibujar; estimula el cambio mental del pensamiento verbal y lógico a la percepción global e intuitiva.

Todo el que escribe legiblemente tiene destrezas para dibujar" Betty Edwards.
Taller libre de dibujo y pintura Bachelard5. Dirección: Calle la Iglesia de prados del este, Iglesia de la Santisima Trinidad. Horario Lunes, Miercoles y Viernes de 2pm a 4y30pm, sabados de 9am a 11y30am
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